Cuando los trigos encañan


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Cuando los trigos encañan

Ya se venteaba su cálido aliento. Aunque a veces la primavera la cogía llorona y nos aguaba la fiesta («Agua, Dios; y venga mayo»); aquel año, ya se presentía, agazapao, el verano por llegar. Por eso los zagales ya andábamos en sandalias -cuando las teníamos- a estas alturas de la temporada. Los borceguiles invernales veraneaban en el doblao hasta que los primeros fríos otoñales los impulsaran a embutirse en nuestros piececitos morenos de vereas, de chicharras, de rastrojo y de eras. ¡Qué lejos quedaba la playa! El mar… Desde los cortinales algún burranco acarreaba, verde como el trigo verde, su fascinante carga de forraje. Y aquellos haces, con sus tiernas espigas preñadas de granos de cebá o de trigo, era una tentación inevitable pese a que la osadía te costara un implacable cabrestazo. Del botín dábamos buena cuenta afanándonos en pescar los bagos, una vez pelados y colocados sobre una lancha, con la punta de la lengua. Y había que aguzar la puntería porque si no, perdías y no catabas nada. Ni un bago. Namás con que humedecieras una mijina la lancha con la lengua o cogieras más de uno. Por ansioso.

La playa… Te mataran las helás. Cuando por fin el verano lanzaba su flameante zarpazo sobre el pueblo, y aunque por entonces ni siquiera se había inventado el turismo, nosotros ya veraneábamos. O por lo menos eso decía mi madre: «¡Venga, que nos vamos de veraneo!». Y, con el postín del señorito que se marcha a un crucero por el Mediterráneo, bajábamos de la cocina del doblao, la de junto al chacinero y la troje del picón; y hacíamos la vida en la colá, donde el madero de los aparejos y el cucharro, que se estaba más fresquito. Dónde va a parar. Y dormíamos al raso; sobre una jerga de paja y bajo una manta de estrellas. Mi padre desde la cubierta del barco, digo desde el piso de la zotea, me daba clases de astronomía sobre la pizarra del firmamento: «Mira, hijo, esa que ves ahí es la estrella polar. Aquellas otras, las cabrillas; este, el lucero miguero.  Y ese, el carro; y el camino de Santiago y…» Hasta que me quedaba dormido y soñaba que iba montado en un carro tirado por siete cabrillas y guiado por la estrella polar, por el camino de Santiago. Pasando por remotas constelaciones de estrellas, algunas con nombres tan cercanos como el lagarto o la zorra. Eso sí que era turismo (rural, que diría el otro). No ardiera.

* * *

Pero a lo que iba. Con el tallo del forraje hicimos una pita, y cuando vimos que pasaba una gavilla de zagalas con una cruz de las chiquininas cantándole coplas, las seguimos como si fuéramos una banda y, aporreando un latón herrumbroso, arremeábamos a la mismísima de Barcarrota. Sí, la banda de música, la que acudía al pueblo, tú te acuerdas bien, todos los años cuando las fiestas de mayo, por la Cruz.  Al día siguiente, como ya no había escuela, mi padre me dijo que tenía que ir por la tarde a Valdemoral con la burra. Sonó un cohete, luego otro, y otro. Yo cogí y me olvidé del mandao paterno. Me planté una careta y me fui con la cabalgata de gigantes y cabezudos a esperar a los músicos, que venían en el Brito, si la memoria no me falla, en el autobús de las seis, que hacía su parada en la carretera junto a la cochera del Gallinero. Más tarde, cuando me cansé de hacer el canelo, le dejé la careta a Quico Viruta a cambio de tres perras gordas. Recuerdo que me compré un pirulín y hasta un helao -que un día era un día- en el carro de siñó José Leva después de jugar a las perras en el atrio.

Siñó José Leva era «un empresario polifacético, como decía el otro, que no ponía sus huevos en la misma cesta sino que diversificaba los riesgos»; y así, además de dedicarse a la elaboración de helados, freía jeringos en competencia con Las Pacas y, cuando llegó la luz eléctrica, proyectaba películas de cine en un corralón con gallinas y todo que daba a la Corredera. Pero eso es otra historia. También se dedicaba a la compra de almendras. («No todas te van a salir dulces», le decía  el socarrón de Perrunilla, que era el que se las vendía, si se quejaba de la calidad del producto.) Lo cierto es que, para pelarlas, echaba mano, valga le redundancia, de la mano de obra barata de los muchachos de la calle como yo, que abandonábamos la escuela para tal menester. Porque ya está bien de perder el tiempo aprendiendo la retahíla de los partidos judiciales de la provincia de Badajoz y otras pamplinas como aquel romance que nos hacía recitar el maestro: «Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor…» Por eso yo me escapaba las más de las veces y me iba a poner las balletas o a coger espárragos, según lo que diera el tiempo. «¡A tú edad ya andaba yo con la piara de guarros ganándome la vida, mangante, -me relataba mi padre cuando se enteraba- que vives como un marqués y untavía te quejas! ¡Desde mañana, te vienes conmigo al campo!». Y por eso, como ya te habrás percatao, no sé hacer ni la o con un canuto. A to esto, me se olvidaba contarte que con eso de machacar almendras apenas ganábamos un real y algún que otro latigazo si nos entallaban con una peba en la boca. Pero ahora no estamos en el tiempo de las almendras, sino en el de las albillas.

Llegué tarde a casa por la noche. Al día siguiente, tuve que ir a por albillas. A Valdemoral, como ya te dije. «Porque si no, ¿a ver que íbamos a comer el día de la Cruz?» Y, aunque me perdí la carrera de burros, yo, a mi manera, rivalizaba con los intrépidos jinetes galanteando a lomos de la mi Princesa, que así se llamaba la jumenta, con las aguaeras cargadas de las susodichas legumbres. ¡Y que no corría na!.  Los zagales, por el pueblo, ya andaban medio vestidos de disanto y, como la plaza estaba llena de puestos de confites y otras lambucerías, yo ahilé pa casa por el callejón, por detrás de los corralones para que no me vieran llegar; pero algunos mozangones me estaban acechando y ábate me dejan sin una sola vaina. Cuando llegué a casa, me armaron la marimorena. Me castigaron sin dinero y me quedaron sin comer. Para que espabilara, pos ya se sabe que la hambre es mu lista.

Aquella noche, las lágrimas me impidieron ver las estrellas. Y hasta el resplandor de los cohetes que gateaban en el aire, por encima de la torre, codeándose con los luceros. Para mi consuelo, los cielos me regalaron una varilla -eso que los muchachos de entonces nos disputábamos con tanto ahínco- que fue a parar al mi corral. Con ella, tan pronto me sentía un guerrero masái arrojando la lanza contra Moro, el gato negro, al que hice blanco de mis desdichas, como un indio apache cabalgando la Gran Llanura de mi desolación; pasando por un soldadito desfilando con mosquetón al ritmo del Sitio de Zaragoza que me llegaba interpretado por la banda, para acabar siendo un pirata oteando con el catalejo el codiciado cargamento de una galeón. Y es que, a falta de auténticos juguetes, había que estrujarse la imaginación.

«Este muchacho va a ser un desgraciao -oía que comentaban mis padres-  no vale pa na.»

Al otro día, las campanas anunciaban alborozadas para todos que era el día de la Cruz. Para todos, menos pa mí porque en casa, como te puedes imaginar, estábamos para pocas fiestas. Total que, entre pitos y flautas, las de aquel año pasaron con más pena que gloria. Y por eso no recuerdo gran cosa.

* * *

* * *

Una vez que salí del pueblo a casa de unos conocíos de más posibles que vivían en la capital, para que medrara como otros medraron ya que mis padres no se podía hacer cargo de mi crianza, yo, con las pocas luces que Dios me dio, no alcanzaba a comprender cómo al llegar la Cruz, que era un disanto tan gordo, la gente se quedara tan tranquila como si fuera un día igual que otro cualquiera. Y le decía a todo el que me encontraba: «Pero ¿cómo? ¿No te has enterado? ¡Es el día de la Cruz! Hoy en mi pueblo… » Pero nadie me hacía caso, sino que me miraban como si fuera un bicho raro. (Bien sabía yo que los raros eran ellos).  Y soñaba que iba montado en las voladoras del Fontanés. Y empezaba a escuchar el alboroto de las campanas, que volteaban locas de alegría anunciando la proseción por las empinadas calles del pueblo; y la banda de música, que acompasaba el paso de la cruz. Y hasta fateaba como un podenco el olor de la pólvora de los fuegos artificiales mezclado el del los jeringos de las Pacas y la colonia de las chavalas, que iban pidiendo guerra. Y también oía el restallar de los cohetes y el pregón de los de la tómbola, y el inquieto bullebulle de la gente yendo de acá para allá… y no pararía de contarte. Hasta que me dormía acariciado por el arrullo de una coplina que, como una nana, me aleteaba susurros de cruces de mayo, de esquilitas, de blancas palomas; envuelo en aromas de clavellinas, de tomillo y romero.

Y como desde entonces empecé a marchitarme como si me hubiera caído la mangria, pos ya se sabe que el aire de Madrid mata a un hombre y no apaga un candil. Lo cierto esque yo parecía una pardal de los pelones dando las boqueás de la angustia que tenía, chacho. Así que mis padres decidieron que dejara el asfalto y regresara al pueblo. Y yo encantao porque, como en El Cabezo, digan lo que digan,  no se está en parte ninguna.

Desque pasaba la cruz, la piara de amigos revivíamos la fiesta a nuestra manera: La carrera de burros y la carrera de cintas, los pucheros y la cucaña, los cabezudos y los globos grotescos. La “gran chocolatada”, pongo por caso, la hacíamos en la borcelana, pero con chocolate de mentirijina; bueno, si quieres que te diga la verdad, con agua sucia en la que deshacíamos un cacho de estrato; y con una perra chica, no con pesetas. Metíamos la cabeza y a ver quién cogía la monea con la boca. La carrera de cintas, con tiras de papel. La traca la hacíamos con unas bolsinas de sal que colgábamos en una cuerda a la que prendíamos fuego; Por último, con el carburo de los carburadores hacíamos un barreno, le arrimábamos un cerillo y había que echar a correr a to meter para que no te explotara en la cara. Era el estrumpío final.

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La canica de cristal

El culto al árbol y la cruz de mayo


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Las antiguas fiestas paganas anteriores a la civilización cristiana giraban frecuentemente en torno a acontecimientos de la naturaleza y de los cambios estacionales. Fiestas que, con la expansión del cristianismo, fueron asimiladas y despaganizadas por la doctrina dominante. Así el ritual del fuego y del agua de ascendencia prehistórica y la recogida de hierbas: trébol, verbena, albahaca, mejorana, valeriana, madreselva, romero, tomillo, hierbabuena, hierbaluisa… con fines mágicos, afrodisíacos o medicinales, coincidiendo con el solsticio de verano, fueron cristianizadas, al superponerse sobre estos ritos arcaicos la celebración de la festividad de san Juan Bautista. Ritos que sobreviven y conviven en las hogueras de la noche de san Juan, alrededor de las cuales hombres y mujeres bailan y cantan (”A coger el trébole la noche de san Juan”).

La Virgen de Agosto es otro claro ejemplo de aclimatación de primitivas fiestas paganas a la nueva situación. Deméter, personificación de la tierra, madre nutricia y dispensadora de los frutos del suelo, es el antecedente griego de la romana Ceres, diosa de la vegetación y los cultivos (en honor de la cual se celebraban fiestas en Agosto). A su vez, estas deidades se relacionan con la ancestral Diosa madre o Madre tierra, protectiora de las cosechas, y a las que los campesinos manifestaban su agradecimiento, tras la recolección, con ofrendas florales y de frutos.

Primavera

La Primavera, Sandro Botticelli

En el solsticio de invierno, el ritual giraba en torno a la conservación de la luz mortecina del astro rey. Los días empiezan a alargarse, la luz del dios Sol, sin prisa pero sin pausa, va venciendo a la oscuridad. Este es el remoto origen del culto a Mitra, dios indoirano del sol, la luz y el calor. De origen antiquísimo, fue adorado antes por las tribus arias y los romanos extendieron su culto por todos los rincones del imperio, celebrando su fiesta el 25 de diciembre (Dies Natalis Solis Invicti: Nacimiento del sol invencible). Mitra, dios solar, que creó el cielo y la tierra, nació en una gruta y fue adorado por unos pastores, que derrotó al Demonio y a su aliada las tinieblas, y que, después de realizar numerosos milagros ascendió a su morada celeste. Su doctrina, el mitraísmo, al igual que su vida, guarda un más que sospechoso paralelismo con la doctrina de Cristo. Proclamaba la inmortalidad prometiendo la dicha eterna a los buenos y el castigo perdurable a los malos, se bautizaba al neófito y se consumía pan y vino en un ágape, se rezaba y se consumaban sacrificios. Además el día sagrado del mitraísmo era el domingo (dies solis). El mitraísmo fue un poderoso adversario del cristianismo, pese a sus concomitancias; pero su fiesta fue hábilmente sustituida por la Navidad: Conmemoración del nacimiento de Cristo en una cueva o establo, que con la luz de su gracia viene a salvar a la humanidad de las tinieblas del pecado. De ahí que las fiestas navideñas hayan sido calificadas como de «olla podrida en la que se cocieron los partos de todos los héroes solares».

Los ejemplos podrían multiplicarse pero, como introducción, creo que los citados son lo suficiente explícitos.

En cuanto a la fiesta de la cruz de mayo, su más claro antecedente hay que buscarlo en el culto al árbol y en general a las formas vegetales. Culto muy extendido entre los antiguos pobladores celtíberos y que todavía persisten en algunas zonas de nuestra pateada piel de toro con los llamados mayos y con las enramadas.

Mayo es el mes primaveral por excelencia, la naturaleza se cubre de sus mejores galas, la vegetación renace y los campos rejuvenecen. Los rituales de las fiestas mayas actuales o recientes están presididas por un árbol que los solteros talan en el monte o bosque cercano para alzarlo en la plaza del pueblo, adornado con cintas, banderines, guirnaldas y diferentes obsequios como galardón al mozo que se atreva a trepar por él y encaramarse en la cima. En torno a este árbol o mayo (elemento fálico que simboliza la fertilidad de la tierra y del hombre) concurren los jóvenes a divertirse con bailes y otros festejos, al mismo tiempo que las chicas cantan al son del pandero:

El culto al árbol

Pingada del Mayo, Vinuesa (Soria)

Todas las mozas
a ti te alaban
por lo derecha,
por lo empinada.

Todas presentes
damos las gracias
a nuestros mozos
por esta maya.

¡Vivan los mozos!
!Viva la maya!

Vítores a Mayo
que te empinaron
pero fue con ayuda
de los casado.

Dando ocasión a fiestas, que siempre acusan algo de orgiástico y de incitación a escarceos amorosos iniciáticos. Con la exuberancia vegetal de mayo se prodigan, asimismo, las enramadas: ramos o guirnaldas vegetales con flores y frutos con las que los mozos decoraban por la noche las puertas y ventanas de sus enamoradas.

Posteriormente el mayo se antropomorfiza, esto es, adquiere figura humana, y en algunas partes el mayo es un mozo cubierto con toda clase de vegetación que recorre las casas del pueblo como presagio de fertilidad y anunciando la felicidad con su presencia; o bien, acompañando a la maya personificada en una muchacha, que se elegía entre las más potables o hermosas mocitas del pueblo, con motivo de las fiestas de mayo.

Pero el cristianismo convertirá poco a poco al mayo en cruz (el día 3 de mayo se conmemora, como sabemos, en el santoral cristiano la Invención de la Santa Cruz), al mes de mayo en mes de María (recordemos el «venid y vamos todos con flores a María…»), y a la Madre de Dios en improvisada Maya cristiana. De esta forma, el culto al árbol sensual e iniciático es sofocado y asimilado por el cristianismo triunfante de consignas más intolerantes al respecto, sustituyéndolo por el árbol de la cruz, santo madero donde murió Cristo, víctima a su vez, de la intolerancia de sus conciudanos.

¡Oh árbol fecundo,
árbol más dichoso
por haber tenido
cuerpo tan hermoso!

Ya tenemos, pues, al mayo florido y lujurioso, pretexto de jolgorios e incitador de precoces ayuntamientos carnales pues es sabido que la primavera la sangre altera; helo aquí y ahora bautizado, bendecido y santificado.

Cruz bendita de mayo,
resplandeciente,
bendita y alabada
seáis por siempre.

Árbol orgiástico y cruz bendita amalgamados en un maridaje contranatura de difícil digestión. Y al pueblo llano, confundido y alejado de sutiles disquisiciones teólogicas, superponiendo y mezclando, consciente o incoscientemente, sus ancestrales ritos paganos de carácter mágico con los religiosos de confesión cristiana. Confusión harto más que disculpable en un pueblo que, a lo largo de su dilatada historia, se ha visto obligado a punta de hacha, espada o misil a dar culto a dioses «verdaderos» de tan variopinta procedencia y catadura: iberos o celtas, romanos o cartagineses, moros o judios, rusos o americanos; a adorarlos bajo formas tan dispares como la de sol, oro, árbol, agua y toro bravo o manso cordero; y a dirigirse a divinidades con nombres tan distintos y distantes como Melkar, Herakles, Mitra, Júpiter, Allah, Cristo… por no alargar demasiado la lista.

El culto al árbol

El despertar de Adonis, J.W. Waterhouse

Pero volvamos al asunto que nos ocupa, no sin antes recordar el mito de Afrodita y Adonis, adaptación clásica de otros que se pierden en la noche de los tiempos: Afrodita, diosa de la bellerza, el amor y la fertilidad, tras llorar la muerte en invierno de su joven, y apuesto amante Adonis de sobrenatural belleza, espíritu de la vegetación, celebra su resurrección en primavera despues de pasar el invierno en el Hades o inframundo. Mitos que siempre están relacionados con el renacer de la naturaleza. Es la consagración de la primavera, aquí y ahora representada por una cruz resplandeciente, ligera y risueña, revestida con un alarde de papel brillante y con la cara lavada y «recien pintá» de purpurina (Nada de becerros de oro, ni de lujosas vírgenes sevillanas, porque por estos pagos no es del vil metal precisamente de lo que andamos muy sobrados).

Esa cruz de tan escaso valor material, pero que representa y significa tanto para nosotros. Tanto, digo, porque ella es cielo y tierra, madre e hija, novia y hermana, oscuro dios y dios solar, tótem y tabú, becerro de oro e ídolo mitraico, Afrodita y Adonis, virgen cristiana y mocita galana y, en fin, cruz bendita y maya pagana. Esa cruz, crisol y rompeolas de tantos ritos y creencias, es la que cada primavera se pasea por nuestras calles.

El culto al árbol

Procesión de la Cruz, Feria (Badajoz)

La Corredera

Cruz de Mayo

La proseción


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LA PROSECIÓN


Ponte ya, María,

el babero nuevo

que vamos a dir

p’arriba pal pueblo.


Repican campanas,

estrumpen cohetes

y toa la plaza

s’enllena de gente.


Los hombres se ponen

en carrefilera

pos ya va saliendo

la cruz de la iglesia.

Las mujeres cantan

coplinas mu tiernas,

coplas qu’aprendieron

de las sus agüelas.


Pola ca la Plaza

ya van ahilando

una detrás d’otra

las cruces de mayo.

La proseción

Que no es pa contalo,

qu’esto ties que velo;

asín qu’hora mesmo

cogemos el pendingue

y no vamos pal pueblo.


Van a lo primero

las chiquinininas,

aluego las grandes;

y al final de to

la cruz más bonita

y más presumía,

pos tengo pa mí

que los forasteros

le tienen envidia.


Y no es para menos

qu’hasta el mesmo sol

se quea clisao

al vela pasar

entre los hermanos.

La proseción

En dispués le siguen

las hartoriades

y los señoritos,

tos mu abotonaos

y «todosss» mu pinchos

con sus trajes nuevos

y sus crucifijos.


Asín qu’espabila,

que ya te lo he dicho:

Que más que pa velo

esto es pa vivilo.


Y endilga’l zagal

qu’hoy nos vamos tos

p’arriba pal pueblo,

a la proseción.


Y va se mester

que l’hagas hermano,

hermano la cruz,

a este muchacho,

qu’el que no lo es

o no es buen corito,

o no es buen cristiano.


Qu’anque tú de Feria

no tengas ni un bago,

yo a m’hijo lo quiero,

queátelo grabao:

CORITO y HERMANO.


J.J. B.L.

La proseción

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Poemario

Cruz de Mayo

Cancionero de la Cruz


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  • COPLAS POPULARES QUE SE CANTAN A LA SANTA CRUZ

Cancionero de la Cruz

Cuatro cruces he visto

y con ésta cinco,

la de la Iglesia Santa

se lleva el vito.

Cruz bendita de Mayo,

resplandeciente,

bendita y alabada

seas para siempre.

Cancionero de la Cruz

¿Quién te ha puesto tan linda

blanca paloma?

Excusada pregunta:

mi mayordoma.

.

Por calles y plazas

vamos entrando,

cogiendo clavellinas

y amanojando.

Cancionero de la Cruz

La cruz de la iglesia

es la más bonita

porque lleva en el medio

las esquilitas.

.

Oh árbol fecundo,

árbol más dichoso,

por haber tenido

cuerpo tan hermoso.

Cancionero de la Cruz

Con la cruz me abrazo

solo a la cruz quiero,

ara donde Cristo

murió por su pueblo.

.

Instrumento santo

de la redención,

tú nos has librado

de la perdición.

Cancionero de la Cruz

Salve, dulce leño,

salve, dulces clavos;

ángeles y hombres

todos te adoramos.

.

Cruz bendita de mayo

a veros vengo

con el alma y la vida

que más no tengo.

Cancionero de la Cruz

En el huerto está Cristo

sudando a caños.

¿Quién tendrá una toalla

para limpiarlo?

.

Esos cinco lazos

que lleva la cruz

son las cinco llagas

del niño Jesús.

Cancionero de la Cruz

Trinidad divina

a ti sean las glorias

para que cantemos

de la cruz victoria.

.

Por calles y plazas

andaba Jesús;

tú también andabas,

santísima cruz.

Cancionero de la Cruz

En en Monte Calvario

las golondrinas

le quitaron a Cristo

las mil espinas.

.

Si el diablo en un leño

al hombre mató,

Cristo en otro leño

al diablo venció.

Cancionero de la Cruz

Tú eres la insignia,

la más hermosa;

el día tres de mayo

cubierta de rosas.

.

La cruz se despide

con alegría

y se vuelve al trono

hasta otro día.

Cancionero de la Cruz

Buscándola vamos,

flor de la jara,

buscándola vamos,

quién la encontrara.

.

Cancionero de la Cruz

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Cruz de Mayo

Cita con la Cruz


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Cita núm. 5

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Cita núm 4

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Cita núm. 3

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Cita núm. 2

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Cita núm. 1

La Cruz es  la  bandera de  los elegidos.

No nos separemos de ella y cantaremos victoria en toda batalla.

San Pío de Pieltrecina (Padre Pío)

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Selección y presentación: jjferia.wordpress.com

Fotografías: www.santacruzdeferia.es

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Cruz de Mayo

Sinfonía inacabada


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Sinfinía inacabada

Aquel día, como tantos otros, el hombre tras levantarse, miraba el cielo tratando de averiguar las intenciones de las nubes y del viento. Pero no era un día como todos.

Pronto, las campanas y los cohetes sorprendían a los vencejos, que empezaban a revolotear alrededor del campanario, asustados, ante aquel inesperado baile de bronce y de pólvora.

Era el día de la cruz.

A continuación, el hombre fruncía el ceño preocupado ante la presencia de otra cruz de negras alas.

Cruz de la sequía.

Del campo llegaba a ráfagas un olor a jara en flor y a tomillo, también a miel y a colmena; y siempre a sudor y a pobreza.

Con el borde de la mano extendido sobre la frente, el hombre oteaba el horizonte. Más alla, el mar… Y como tantas veces pensó en preparar las maletas.

Cruz de la emigración.

Otros se fueron antes.

Allá, donde las nubes son de anhídrido sulfúrico y los ríos bajan preñados de miasmas mortíferas.

Cruz del silencio.

Cada año, puntualmente llegaba la cruz. Cuando el sol doraba las mezquinas espigas y el encinar se convertía en un arrullo de tórtolas que se amaban bajo un cielo renovado.

Sinfonía inacabada

El hombre desempolvó el traje de las ocasiones y salió al encuentro de aquella cruz adornada con rayos de espejos y flores de papel de plata. Las mujeres disputaban sus canciones por las esquinas a esa cruz que se deslizaba por las calles sobre un río de personas.

Y todo el pueblo estallaba en mil arco iris de colores. Siempre fue así. Como cuando era niño.

Cruz de los recuerdos.

En su vida hubo de todo: Lo visitó la vida y la muerte, conoció el amor y la guerra y aprendió a distinguir las palabras sinceras de las promesas interesadas.

La fiesta seguía. Y en el aire temblaban, mezclándose, las moléculas nauseabundas de una colonia barata y los lamentos horteras del cantante de moda.

Y había alegría.

Una cruz resplandeciente lo presidía todo.

El hombre, amenazado por la presencia de otras cruces, se confundió con el rebaño e intentó olvidar, pero sus carcajadas no eran sino la mueca alcohólica de una mal disimulada desesperanza.

Cruz de la esperanza.

Al día siguiente, como todos los días, el hombre tras levantarse miraría el cielo tratando de averiguar las intenciones de las nubes y del viento.

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Cruz de Mayo

Un día de la Cruz


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Un día de la Cruz

Por la ventana de la clase se asoma la primavera invitando a los niños a desentenderse de romanos y cartagineses.

«Uf, vaya rollo», bostezó Jaime.

El profesor lo miró amenazadoramente y en su cara se dibujó un gesto de fingido interés. Era insoportable. Todo aquello le resultaba terriblemente muerto. La vida estaba fuera. Por aquella ventana…

El cielo estaba completamente limpio. Apenas una nube que adquiría de vez en cuando las formas más caprichosas. De pronto, una golondrina pasó fulminante por el rectángulo de la ventana y su imaginación voló tras ella.

«¡Atiende, Jaime!»

Y, al oír su nombre, se estremeció ligeramente. De nuevo estaba en la realidad. Los minutos pasaban con agobiante lentitud. En el mapa. En el mapa, Italia chutaba con el balón desinflado de Sicilia. «¿Cuánto faltará ya?»,  pensó con fastidio.

«Bien, para el próximo día estudiaros esta lección, ¿entendido?»

«Entendido», ratificó Jaime con reticencia, saltando de su asiento como impulsado por un resorte invisible.

La clase había terminado: Por fin era libre para corretear por las calles y gritar a su gusto; incluso para soñar sin que nadie le interrumpiera. Los libros descansarían apaciblemente en un rincón hasta otra semana. Mañana no había clase.  Era el día de la Cruz.

Un día de la Cruz

«¿Qué cruz te gusta más?»

«¡Bah, yo qué sé! »

«Di, ¿cuál?»

Y sus ojos se fueron tras esa otra cruz que pasaba, adolescente ella, casi niña aún, de pelo largo y andar de gacela.

El estampido de un cohete sobrecogió a Jaime y luego siguió con la mirada el descenso de la varilla humeante. Maquinalmente salió corriendo tras el trofeo abriéndose paso con precipitación  entre la gente. En seguida se dio cuenta de que aquel juego ya no le atraía demasiado.

Pero siguió corriendo.

Se había alejado demasiado. Atrás quedaba el pueblo con los desgarrones de esa infancia suya que acababa de perder revoloteando en cada esquina. Se había olvidado de la varilla, de su amigo, de las cruces, del bullicio. Pero, ¿a dónde iba? Ni siquiera él lo sabía…

El sol había traspuesto detrás del castillo y la primera estrella apareció en el cielo. De lejos llegaba la música pegadiza de una canción de moda. Se sentó a descansar  y recordó que era el día de la Cruz.

Y esa palabra, que siempre le sugería jolgorio y alegría, le causaba ahora  una penosa sensación de inseguridad y soledad:

«¿Por qué se empeñan en festejar y cantar a una cruz, si en ella torturaron y ajusticiaron al hombre que consideran su Dios?» No lo comprendía.

Empezaba a cuestionarse y a no comprender tantas cosas… La idea de la cruz seguía obsesionándole: «Dos caminos que se cruzan en un punto, una cruz y, aferrado a ella se encontraba él, crucificado y solo, sin saber qué camino seguir, desorientado y con un montón de dudas y preguntas que se agolpaban en su mente» Con su adolescencia recién estrenada.

Para todos, sin embargo, seguía siendo el niño travieso que no se tomaba nada en serio. Pero él se sentía otro Jaime diferente: Los amigos de siempre, los juegos infantiles ya no le atraían. Sentía deseos de gritar, de pedir ayuda. Pero… ¿a quién?

«Si ellos, los mayores, solo se preocupan de que no les ocasione problemas, de que esté callado de que sea bueno » Entonces cogió una piedra y la lanzó con rabia contra algo indefinido, pero como queriendo alcanzar y herir de muerte a alguien.

Se sorprendió llorando y sintió vergüenza. «Pero, ¿qué me pasa? —Se peguntó para sus adentros—. Será mejor que me vaya».  Y emprendió el camino de regreso.

Las voces se iban agrandando a medida que se acercaba. Encendió un cigarrillo y la primera bocanada de humo le hizo toser aparatosamente; a la segunda calada lo estrelló decepcionado contra el suelo. Luego lanzó un escupitajo.

Un día de la Cruz

Pasó inadvertido entre la gente, se fue derecho a casa y se encerró en su habitación. Vació el tabaco de un cigarrillo en el hueco de su mano y lo mezcló con la sustancia aquella que, como todo lo prohibido, tanta curiosidad despertaba en él.

Poco a poco se fue alejando de la vulgaridad que lo rodeaba. Más eufórico cada vez, hacia un mundo soñado a su medida.

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Cruz de Mayo

Improvisación para cuatro voces


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Apuntes de un ingenuo: El año 1975 había muerto y estaba enterrado con aquel general que había acaudillado con mano ferrea los destinos de la Patria “UNA, GRANDE Y LIBRE”. Una renovada primavera apuntaba en el horizonte con promesas de libertad y de sueños aplazados, que ahora parecía que iban a convertirse en realidad. Desgraciadamete todo resultó ser un espejismo. Todo cambió para quedar como estaba. La imaginación siguió maniatada. Y los mediocres, lenguaraces, insolentes, egoístas, ladrones, corruptos, fanático y matones continuaron campando sus anchas dirigiendo el incierto destino del mundo.

Improvisación

He hojeado el periódico y he leído noticias de muerte, he conectado la radio y he oído violentas palabras. Quizás ahora en un lugar secreto varios hombres juegan a preparar la paz vendiéndose armas de guerra.

¿Pero quién nos prohibe añorar la, primavera? ¿Acaso es imposible recuperar nuestros sueños infantiles?

Al salir a la calle me he encontrado con una cruz niña vestida de fiesta, dejándose llevar entre otras cuatro niñas, y he pensado que aún no he perdido la fe en mi mundo: Tal vez no sea todo rencor y violencia.

Esa niña que canta –he pensado en voz baja- no entiende de secuestros o asaltos, de guerrillas ni asesinatos.

NIÑA 1ª: Pero vosotros, los hombres mayores, os encargaréis de enseñármelo; y cuando lo aprenda, me diréis: “Ahora ya eres una persona educada”.

NIÑA 2ª: Si, por lo menos, reconociérais que vuestros consejos no nos sirven, nos hariáis un ran favor.

NIÑA 1ª: (Ahuecando el gesto y la voz) ¡Niño, no seas grosero! ¡Niño, no te muevas! No escupas en el suelo ni te rasques la cabeza. Niño, no, no, no…

NIÑA 2ª: ¡Basta!!!

Yo aparentaba no escuchar, pero me sentía ridículamente humillado. Y por primera vez sentí vergüenza de ser un hombre sensato.

* * *

La tarde estaba preñada de hirientes amapolas y he mirado la cruz de colores con agridulce nostalgia.

Y fantaseo con la cruz, que cada primavera se hace niña y se viene a jugar con los niños de mi pueblo a salir de la escuela. Y al escuchar sus canciones, el mundo se me antoja un imenso festival de sorisas amigas.

NIÑA 3ª: Hoy jugaremos a ser mayores.  ¡Jugaremos a la guerra!

NIÑA 4ª: Tú eres el malo, yo soy el bueno. ¡Pum, pum, ya estás muerta!

NIÑA 1ª: La guerra es una vieja señora, vuestro mundo es un caduco señor cascarrabias. Nuestro mundo está amaneciendo: es el mañana.

NIÑA 2ª: Dejadnos vivir nuestra vida con leyes de paz acordadas entre todos nosotros. No queremos vuestras leyes impuestas por soldados armados de pies a cabeza.

NIÑA 3ª: No matéis la ilusión de sentirnos dueño del futuro. Demostrad que sabéis hacer algo más que matar: Matáis el aire, los sueños…  os empeñasteis  en matar la libertad. Y como no tenéis bastante,  os matais entre vosotros mismos.

NIÑA 4ª: No intentéis fosilizar el porvenir, él nos pertenece. A cambio, prometemos sacaros en los libros muertos que se estudian en la escuela.

NIÑA 3ª: (Recitando irónicamente) En tiempos de Maricastaña estaba prohibido pensar en… Albania.

* * *

La cruz ya se aleja: Una estrella madrugadora se asoman al cristal roto que adorna en el centro. Las canciones surgen vacilantes y tímidamente una niña sonríe. Sonríe también la cruz haciendo sonar su inquieta campanilla en un gesto de alborozado tintineo.

Improvisación

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Cruz de Mayo

Nuevas canciones a la Cruz


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Ya está pasando abril,

ya viene mayo:

En el aire una copla

lo está anunciando.


La cruz viene de novia

toda de blanco,

llamando al corazón

de sus hermanos.


¿Quién tiene un corazón

para adornarlo?

Para alojar en él

la cruz de mayo.


Nuevas canciones a la cruz


Deja to odio, hermano,

olvida agravios,

que la cruz te sonríe,

te está mirando.


Cruz bendita de mayo,

danos trabajo,

que no falte en casa

el pan diario.


Cruz bendita de mayo,

danos la paz:

Que las guerras terminen,

que haya hermandad.

Nuevas canciones a la Cruz

Cruz de Mayo

Poemario

Santo Toribio de Liébana y el Lignum Crucis


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Diríase que Liébana entera es un nacimiento, un belén. Montañas gigantes, alternando con verdes colinas; ríos de aguas transparentes poblados de truchas; pequeños y estrechos valles, cubiertos de verdor y de frutales; pueblecitos pintorescos colgados como nidos de águilas en los escondidos rincones de los montes…

Pero el viajero no está para tan bucólico derroche de metáforas y cierra la guía, en la que buscaba información mientras descansa, sentado en el pretil del viejo puente de piedra; antes de encaminarse finalmente a Potes, centro de esta comarca montañesa, para comprobar sobre el terreno la excelencia del paisaje: y de paso, el encanto de la vieja piedra unido a las costumbres y tradiciones de la gente del lugar.

Potes (Cantabria)

Especialmente se siente atraído por lo que, según tiene entendido, es el mayor de sus tesoros: La reliquia de la Santa Cruz o Lignum Crucis. El mayor trozo que se conserva en toda la Cristiandad de la Cruz de Cristo y que lleva aquí más de mil años.

Y no es que el viajero se considere muy devoto: sino que es más bien escéptico en todo lo tocante a las reliquias de Cristo tales como lienzos, clavos, espinas, cabellos, sangre y otros fetiches que pululan por esos mundos de Dios. Sobre todo si se trata de leños o astillas de la cruz, ya que no solo está de acuerdo con lo que hacia el año mil quinientos y pico escribiera Alfonso de Valdés (Pues de palo de la cruz digo os de verdad que, si todo lo que dicen que hay della en la Cristiandad se juntase, bastaría para cargar una carreta), sino que piensa que se quedó corto: Camiones harían falta hoy en día para cargar con ellas porque no hay reliquia más agradecida ni que cunda tanto.

Pero pronto abandona recelos y prejuicios infundados y reanuda ingenuamente su camino con la mejor disposición de ánimo; (o sea, predispuesto a tragarse el anzuelo y la caña si fuera preciso).

El pueblo «arde en fiestas», que se dice. Por sus calles —donde se ofrece al visitante los productos de la tierra— y por sus tabernas discurre un reguero de gente, mayormente llegadas de fuera.

Hay torneo de bolos, carrera de madreñas (albarcas, le llaman por aquí) y… ¡lo nunca visto!, una gran carrera de burros según se anuncia a bombo y platillos. Y el pobre viajero se pone melancólico recordando su niñez cuando, por estas fechas, se organizaban carreras como la que está a punto de presenciar en este momento a muchos kilómetros de distancia del su pueblo. Pero enseguida se le pasa la morriña porque la ridícula atracción de feria que contempla, de niñatos y niñatas tambaleándose sobre borricos que a duras penas se mueven, nada tiene que ver con las denodadas y montaraces carreras de Feria (con mayúscula), que conserva vagamente en su memoria.

Santo Toribio de Li´´ebana

Monasterio de Santo Toribio de Liébana

De Potes a Santo Toribio de Liébana —el santuario que aloja la reliquia de la Vera Cruz— hay tres kilómetros escasos de pronunciada pendiente. El paisaje es en verdad admirable y la naturaleza se desborda generosa por cumbres, valles y laderas: Lo peor, la manada de turistas y curiosos que, al socaire de la fiesta y el buen tiempo, bulle por el entorno. No sin contrariedad, el viajero se agrega a la cola de los peregrinos que, atraídos por la fama de los milagros que Nuestro Señor obra por mediación de su Santa Cruz, acude a besar el venerable madero.

Ya dentro del recinto sagrado, observa todo con atención y lo graba en su mollera: Adosada a la majestuosa iglesia gótica sobre restos románicos, hay una amplia capilla barroca en la que se alza un rico y adornado camarín donde habitualmente debe quedar instalada y expuesta la cruz de plata dorada que, en esta ocasión, un fraile ostenta ante el flujo de personas que desfila y se postra ante ella. Cosa que ahora le toca hacer a él (al viajero). Así que besa con fervor y profunda devoción la cruz donde se halla incrustada la insigne reliquia, visible gracias a una cubierta de crital; en tanto que el fraile refunfuña una fórmula que no logra entender. A continuación, se le ofrece una estampa con la reproducción de la cruz que acaba de besar y se la guarda como recuerdo de la visita.

 Santo Toribio de Liébana

Reliquia de la Santa Cruz

Después, recorre el Santuario mientras oye por boca del guía la relación de los hechos y de cómo llegó hasta aquí este tesoro de inapreciable valor.  Y tal como se lo cuentan, lo cuenta:

Aunque nada se sabe fehacientemente (eso fue lo que dijo) de cuando se produjo la llegada a Liébana de este precioso madero de la Cruz de Cristo, una piadosa tradición la relaciona con el origen del Monasterio cuando (y resumiendo que es gerundio) un tal Toribio, allá por el siglo VI, llegó a estas tierras con la misión de convertir a los asilvestrados cántabros al cristianismo; pero parece ser que estos no estaban por la labor y, ante la indiferencia mostrada por los indígenas, el misionero se retiró apesadumbrado al bosque a meditar. Entonces se encontró con un buey y un oso que peleaban y, oh prodigio, con su palabra y haciendo la señal de la cruz consiguió separarlos. pero la cosa no acabó aquí; sino que en agradecimiento, las bestias se aprestaron a ayudarle y uncidos al mismo yugo, acarrearon las piedras para construir la iglesia. A la vista de tamaño milagro se convirtieron los primeros cristianos, los cuales le ayudaron a levantar el templo. En fín, que cuando los musulmanes invadieron la península —según le cuentan—, los cristianos de la Meseta se llevaron la reliquia (que un obispo de Astorga había traído de Tierra Santa) a lugares más seguros. Así fue como llegó a parar a esta bendita tierra, rodeada de imponentes montañas que garantizaban la seguridad del sagrado leño. Este fragmento, ahora dispuesto en forma de cruz (el palo vertical mide 63 centímetros y medio) pasa por ser el mayor conocido, por delante del que al parecer hay en el Palacio Real de Madrid e incluso del que se custodia en el Vaticano.

En este punto, un enterado salta y arguye que no, que el romano le supera ya que mide más de metro y medio. Pero estas cuestiones bizantinas sobre quién la tiene más grande (la cruz) si el rey, el papa o Santo Toribio de Liébana no le interesan al viajero, a quien a estas alturas de la procesión ya le han birlado la poca fe que le quedaba sobre la autenticidad de la reliquia. Así que lía el petate y, como se le hace tarde, se dispone a cambiar de aires.

Beato de Liébana: Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Para aires el que baja ahora de las cumbres de los Picos de Europa, un biruje que corta y hace estremecer al viajero, quien recorre el claustro antes de abandonar el Monasterio, con el gregoriano de los monjes como música de fondo contemplando las bellísimas ilustracciones miniadas del famoso códice del Beato de Liébana. (Un fraile que vivió en esta santa casa allá por el siglo VIII), que decoran ampliadas los muros. En esto, se topa con la reproducción de un documento en el cual puede leer que el Padre Sandoval, cronista de los Reyes y de la Orden Benedictina, que visitó el convento a finales del siglo XVI, asegura que (y el viajero lo anota en su libreta para que no se le olvide) esta reliquia corresponde al brazo izquierdo de la Santa Cruz, que la Reina Elena, madre del emperador Constantino, en el siglo IV, dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones: Está serrado y puesto en modo de cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo.

Pues si lo dijo Sandoval, punto redondo.

El Viajero

Cruz de Mayo